La realidad siempre supera a la ficción. En este trabajo, supongo que en otros pasará lo mismo, siempre pasa algo que te sorprende, nuevo, inesperado. Cuando todo va bien y cuando hay más problemas también, da igual, sucede lo más inverosímil que te obliga, después ya de muchas horas de vuelo, primero, a mantenerte siempre alerta y después, a relativizarlo todo. Un jugador americano que llama a altas horas de la madrugada detenido en un control policial, otro que se hace una quemadura al caerle la plancha encima, el que te llega diciendo que no entrena porque su mujer no está contenta con el color de los cubiertos de la cocina, una apendicitis inoportuna,… En este interminable muestrario de «agradables sorpresas», lo del otro día en la plaza de toros madrileña fué poco menos que surrealista. En el punto álgido de la tensión de un partido igualadísimo, últimos segundos, una falta en el rebote de un tiro libre, un entrenador que en los primeros segundos de un tiempo muerto trascendental descarga toda su visceralidad en una pobre silla («La silla»), una botella de agua que vuela y, de repente, ¡¡¡¡aparece un agente de la ley que enseñando su placa ¿intenta detener al sheriff?!!!!. ¡Qué escena tan española! En mitad de una plaza de toros un miembro de seguridad intenta aclarar su autoridad al marshall. Era en el momento más fragoroso de un partido de baloncesto de la liga ACB, aunque parezca una escena digna de Berlanga y los protagonistas no sean Jose Luis Lopez Vazquez o el gran Saza.