Tiene que ser guay estar cuatro años esperando el que muchos dicen es el mayor acontecimiento deportivo que se disputa en nuestra civilización (por llamarla de alguna manera), los Mundiales de Fútbol con mayúsculas, cuatro años de proyecto preparando una selección, construyendo un equipo ganador, para que llegado el momento el balón entre en la portería y no lo vean los que lo tienen que ver en el momento en que hay que verlo, y no sea gol, y pierdes y te vas a casa eliminado, a esperar otros cuatro años con cara de el fútbol es así. Gol fantasma, una manera muy poética de llamar a una situación indeseable. Los puristas apelan a ciertos valores ancestrales, telúricos, tal vez prehistóricos, que dan fuerza de ley a este inmovilismo tan balompédico y que abrazan este tipo de accidentes como parte de la verdadera esencia de un juego que echa sus raíces en el origen del hombre. Estos errores se convierten, además de los hitos deportivos, en lo que se recuerda eternamente de estos campeonatos e incluso en ocasiones se les llega a dar categoría de mito. ¡Quién no ha admirado alguna vez la “mano de Dios”, de Maradona!
Hay deportes, que quizá por ser sólo una invención de algún humano aburrido, sí han abierto sus normas a la evolución que la sociedad y la propia dimensión del deporte han sufrido en los últimos dos siglos. Los deportes de motor, el tenis, el fútbol americano, la natación, el golf, el atletismo, son algunos de los deportes que de una manera u otra han incorporado mejoras que la tecnología ha ofrecido para evolucionar en los materiales o en mecanismos de medición del tiempo, del impacto o la distancia que recorre una pelota, la foto-finish, el ojo de halcón, etc. El baloncesto ha sido siempre un deporte abierto a la evolución de las normas. Una de ellas es el instant-replay, que tanto ha dado que hablar en esta temporada ACB. Hemos visto la utilización que ha tenido este instrumento en la reciente final NBA entre Lakers y Celtics, hasta el punto de corregir los árbitros tres decisiones de fuera de fondo en los últimos minutos del tercer partido. Es mucho lo que hay en juego, mucho el trabajo para salvar un equipo o para llegar hasta una final ACB, NBA o de un Mundial, para que todo se quede en nada por un gol-fantasma. No puede ser. Hay que ser razonable y con una regulación necesaria aplicar los medios que ayuden a que gane el mejor, el que más y mejor trabaje, a impedir que triunfe el que hace trampas o a que el error sea el que domine un resultado.