la zona 1-3-1 de pedro garcía losada (II). Por José Luis González

Nos entrenábamos a la intemperie, al raso, en una de las canchas del Polideportivo Municipal de La Concepción. Calor agobiante durante la pretemporada y un frío de justicia durante el largo invierno madrileño, más teniendo en cuenta que nuestros entrenamientos estaban programados para bien entrada la tarde-noche, cuando salíamos de colegios e institutos. Una mañana de enero, Madrid amaneció completamente nevada. Iniciamos una cadena de llamadas y le dijimos al capitán que llamase a Pedro García Losada para saber si se suspendía el entrenamiento. Javier, el capitán, nos llamó al rato para decirnos a todos que el entrenamiento no se suspendía y que el entrenador había decidido que se ampliaba una hora más la sesión. Cuando llegamos, la cancha estaba totalmente cubierta de nieve y entre todos la limpiamos para poder entrenarnos; Pedro, por su puesto, también participó en aquellas labores de quitanieves.
Ese día nos entrenamos bajo cero y al concluir la sesión, a eso de las nueve de la noche, a otro compañero y a mí nos dijo que nos quedáramos a entrenar con el primer equipo; era la primera vez que a dos juveniles nos llevaban a un entrenamiento con el equipo de Segunda División, ya que entonces eran los llamados juniors –18 y 19 años– los que completaban los entrenamientos del primer equipo. Pedro García Losada entrenaba a la plantilla de Segunda División y a nosotros, a los juveniles, y el hecho de que nos llamara para un entrenamiento con los de Segunda fue todo un acontecimiento. Entonces no había móviles; no podía avisar a mis padres de que llegaría más allá de las doce de la noche, pero no importaba, lo que importaba era que iba a entrenarme bajo techo, en el viejo Pabellón de La Concha, con el Dribling de Segunda División, a las órdenes de Pedro García Losada y compartiendo ejercicios y partidillo con jugadores modestos, pero de gran talento como eran Pedro Fajardo, Javier Lorente (hermano de Tirso Lorente), Manu Rodríguez o Nacho Trillo, entre otros. Aquellos dos entrenamientos –juveniles y primer equipo– fueron los últimos con Pedro García Losada en la cancha.
El domingo era el día del Dribling porque nosotros, los juveniles, jugábamos por la mañana y los seniors disputaban sus partidos de casa por la tarde. El sentimiento de club estaba tan asumido que todos los jugadores de las categorías inferiores acudíamos, sin falta, cada quince días a animar al primer equipo. Aquella temporada, en una sensacional campaña, Pedro Fajardo y compañía consiguieron el primer ascenso de la historia del Dribling a lo que entonces se llamaba la Primera División B, una categoría donde había incluso más talento que en la actual LEB, pero ese es otro cantar. Paralelamente, los juveniles fuimos pasando fases previas y nos plantamos en la fase final de la Liga juvenil de Primera División de Madrid. Los dos primeros de esa fase final se clasificaban directamente para el Campeonato de España y el tercero debía jugar una eliminatoria, en campo neutral, con el tercer clasificado de Cataluña.
A finales de enero, Pedro García Losada abandonó los entrenamientos y también su trabajo. Le diagnosticaron un cáncer. Aquella noticia nos causó sorpresa, rabia, indignación, pesadumbre… Pero no podíamos hundirnos; fuimos a su casa a verle –en procesión- y nunca me olvidaré de que yo me quedé al fondo de la habitación donde se encontraba postrado. Me llamó y me dijo: “José Luis ponte bien tu muñequera en todos los partidos y marca muchos puntos”. Así lo hice, no me quité aquella muñequera roja hasta que me fui del Dribling y cada vez que me la ponía me acordaba de Pedro. A partir de aquel momento, no hizo falta cruzar dos palabras para tener claro que teníamos que lograr algo grande por Pedro, algo que también hicieron los seniors. 

* NOTA: Continuará la próxima semana (relato en cuatro capítulos)

– CAPÍTULO 2

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